Esta pasada Semana Santa se inauguró
una exposición sobre la fotografía de Steve McCurry organizada por
una caja de ahorros en Tenerife. Aprovechando que estaba en casa no
tardé en ir a visitarla. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de la
obra de un único artista. Él además de regalarnos imágenes
espectaculares, nos hace reflexionar sobre la situción de muchas
personas y sociedades ajenas a la nuestra.
“Paso
mucho tiempo observando el rostro de la gente y tengo la impresión
de que todos ellos me cuentan una historia. Cuando un rostro lleva
impresas las huellas de la experiencia de la vida, sé que la
fotografía que voy a realizar representa mucho más que lo que veo
en ese momento. Sé que allí hay una historia”
Una
de las imágenes que me más me impactó fue la de una niña con un
velo verde en Peshawar, Pakistán tomada en el 2002. Lo primero que
me vino a la cabeza cuando la vi fue la fotografía de la chica
afgana del 84 que lo consagró y de la que también se habla en este
blog. Sin embargo, el retrato nada tiene que ver con el primero, pues
para empezar, hablamos de personas distintas. La situación sin
embargo es bastante semejante: Las dos niñas habían escapado de la
guerra en el momento en que el fotógrafo capturó sendas
instantáneas. Como se decía en la otra entrada, la expresión de
terror en la mirada de la primera imagen resulta muy legible, el
terror de una vida huyendo de condiciones precarias había hecho
mella en la niña y la imagen da fe de ello. No obstante, y esto es
lo más asombroso de todo, la niña de Peshawar transmite una paz a
través de los ojos que la hace digna de admiración. Resulta
sobrecogedor la fuerza mental que debe de tener para transmitir esa
quietud, esa serenidad en unas circunstancias como la suya.
Esto
me hizo pensar mucho, hasta que una de las clases de monografías
convergió en un punto de dichos pensamientos. Habíamos estado
hablando sobre las diferentes maneras de interpretar La Piedad. Otra
vez estamos ante un hecho concreto: la muerte de un hijo. Por un lado
los artistas españoles le asignaban a la Vírgen María un rostro de
dolor, reacción muy humana, bastante lógica en la situación
representada, y por otro, el arte italiano lo hacía de una manera
que no se entendía tan bien: el rostro de la Madre que sujeta a su
Hijo muerto sin mostrar señas de estar viviendo un calvario quedan
traducidas a un profundo sentimiento de la religiosidad y a una plena
confianza en Dios. Y ahí fue donde encontré la relación: Lo que la
niña nos transmite es esa seguridad que experimentan los que tienen
fe, y para afirmar esto no es necesario creer.
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