domingo, 29 de abril de 2012

Autorretrato con segundas

Darse a conocer, transmitir una imagen lo más auténtica posible de uno mismo o, por el contrario, reflejar una actitud que lejos de querer permanecer en el olvido pretende deslumbrar públicamente pase lo que pase... Todo artista moderno que se precie cuenta con una serie interminable de autorretratos que desvelan sus emociones, ya sean reales o pura apariencia. El artista es plenamente consciente de su misión en la sociedad: a partir de la llegada de Courbet, comenzaron a tomar posturas de forma mucho más evidente en temas políticos, religiosos y sociales. Pasan a ser una imagen a seguir... o a criticar, que es en el fondo lo que nos interesa en este blog.
Existe sin embargo una línea de autorretratos que, además de manifestar su forma de ver las cosas, expresan mediante diferentes recursos esa situación, social o personalmente hablando, en la que se encuentran.



El caso ya mencionado de Courbet se ve claramente en dos de sus autorretratos. Quizá sea más conocido el primer plano que toma de sí mismo en alarde de su locura: los ojos desorbitados o la mano en la cabeza reflejan su desvarío, mientras que el hecho de que en el cuadro su cabeza sea más grande que una real transmite el orgullo que siente hacia esa paranoia. Me gustaría llevar más a fondo esa soberbia a través de otro de sus autorretratos: aquél en el que aparece en medio de su taller, delante de un lienzo de un paisaje y rodeado de personas que, de un modo u otro, han formado parte de su vida. El cuadro es en su totalidad una alegoría que lo coloca como dios de su propio entorno: “a su derecha” se encuentran todas aquellas personas que, según su criterio, merecen ser ilustrados con su arte, mientras que a su izquierda se encuentran los condenados por su propio juicio a no conocer nunca la verdad, pues aquí la verdad (representada por la mujer desnuda) está de su parte.



En esa línea de artista excéntrico se mueven otros tantos posteriores. Andy Warhol expresaba mediante sus autorretratos la misma intención que con sus cuadros de Marilyn Monroe, Michael Jackson o diferentes celebridades, igualándose incluso a todos ellos. Gauguin se pintaba con su Cristo Amarillo detrás en clara autopromoción de su obra y de su estilo. Van Gogh es mundialmente famoso por la polémica que supuso su locura y, entre tantas obras, por sus incontables autorretratos, entre los que destaca aquél con la oreja derecha tapada. Está suficientemente claro que la imagen que un artista da de sí mismo no tiene por qué encajar con la realidad. Lo que verdaderamente importa es si, a la postre, esa imagen será recordada o no.











“¿Quién quiere la verdad? Por eso existe el mundo del espectáculo: para demostrar que no importa lo que seas, sino lo que ellos piensan que eres”

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