Darse a conocer, transmitir una imagen lo más auténtica
posible de uno mismo o, por el contrario, reflejar una actitud que lejos de
querer permanecer en el olvido pretende deslumbrar públicamente pase lo que
pase... Todo artista moderno que se precie cuenta con una serie interminable de
autorretratos que desvelan sus emociones, ya sean reales o pura apariencia. El
artista es plenamente consciente de su misión en la sociedad: a partir de la
llegada de Courbet, comenzaron a tomar posturas de forma mucho más evidente en
temas políticos, religiosos y sociales. Pasan a ser una imagen a seguir... o a
criticar, que es en el fondo lo que nos interesa en este blog.
Existe sin embargo una línea de autorretratos que, además de
manifestar su forma de ver las cosas, expresan mediante diferentes recursos esa
situación, social o personalmente hablando, en la que se encuentran.
El caso ya mencionado de Courbet se ve claramente en dos de
sus autorretratos. Quizá sea más conocido el primer plano que toma de sí mismo
en alarde de su locura: los ojos desorbitados o la mano en la cabeza reflejan
su desvarío, mientras que el hecho de que en el cuadro su cabeza sea más grande
que una real transmite el orgullo que siente hacia esa paranoia. Me gustaría
llevar más a fondo esa soberbia a través de otro de sus autorretratos: aquél en
el que aparece en medio de su taller, delante de un lienzo de un paisaje y
rodeado de personas que, de un modo u otro, han formado parte de su vida. El
cuadro es en su totalidad una alegoría que lo coloca como dios de su propio
entorno: “a su derecha” se encuentran todas aquellas personas que, según su
criterio, merecen ser ilustrados con su arte, mientras que a su izquierda se
encuentran los condenados por su propio juicio a no conocer nunca la verdad,
pues aquí la verdad (representada por la mujer desnuda) está de su parte.
En esa línea de artista excéntrico se mueven otros tantos
posteriores. Andy Warhol expresaba mediante sus autorretratos la misma
intención que con sus cuadros de Marilyn Monroe, Michael Jackson o diferentes
celebridades, igualándose incluso a todos ellos. Gauguin se pintaba con su
Cristo Amarillo detrás en clara autopromoción de su obra y de su estilo. Van
Gogh es mundialmente famoso por la polémica que supuso su locura y, entre
tantas obras, por sus incontables autorretratos, entre los que destaca aquél
con la oreja derecha tapada. Está suficientemente claro que la imagen que un
artista da de sí mismo no tiene por qué encajar con la realidad. Lo que
verdaderamente importa es si, a la postre, esa imagen será recordada o no.
“¿Quién quiere la verdad? Por eso existe el mundo del
espectáculo: para demostrar que no importa lo que seas, sino lo que ellos
piensan que eres”
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