viernes, 20 de abril de 2012

RODIN V.S. BRANCUSI

















Una misma acción, una misma expresión gráfica: el beso a través de la escultura. El tema es bastante recurrente en el mundo del arte, sin embargo la manera de contarlo siempre resulta ser algo completamente personal.


Por una parte tenemos a Rodin, escultor francés contemporáneo de la corriente impresionista y quien descubrió en Miguel Angel el atractivo de lo inacabado y el abanico de posibilidades que brindaban los contrastes entre superficies pulidas y sin pulir en una misma obra o el abandono total de las formas pulidas. Este hallazgo lo asumió y explotó sin vacilar, pues aunque manejaba el barro con increíble facilidad, hasta el punto de poder ser considerado como el gran modelador de la historia de la escultura, apenas trabajó la piedra, delegando la labor de talla en sus ayudantes. Uno de ellos resultó ser (por el tiempo de un año) Constantin Brancusi, quien prefería crear sus esculturas con sus propias manos, estableciendo una conexión íntima con los materiales, en la mayoría de los casos a través de la talla directa.


Pudiera ser como respuesta al beso del maestro, la escultura que elaborará Brancusi tratando el mismo contenido. De su obra se ha dicho El beso es un ejemplo de talla directa y del profundo conocimiento que tenía el artista de las propiedades de los materiales con los que trabajaba. Ninguna de sus versiones se basó en un modelo preparatorio, sino que respondían a la naturaleza intrínseca del material en el que fueron talladas. El escultor era capaz de conseguir la unidad tallando esculturas en bloques macizos y lograr la unidad a partir de elementos muy dispares.


La preferencia de una u otra obra tiene es, como no, algo completamente personal. Las dos son igual de válidas, simplemente a cada uno le transmitirán sensaciones muy distintas. Desde pequeña guardé en mi retina la obra de Rodin, no la llegaba a entender del todo, sin embargo, me parecía muy perfecta y le guardaba gran admiración. No lo recuerdo, pero probablemente no hubiera visto entonces El beso de Brancusi, aunque de haberlo contemplado a esa edad, me hubiera parecido más bien una escultura de niños que cualquiera podría reproducir con plastilina. Tras estos años de carrera y con el impulso de la asignatura de monografías, he experimentado el alivio de dejarme llevar por el arte, disfrutarlo, escuchar qué es lo que me dice una obra sin limitarme a ejecutar un exhaustivo y frío análisis. Si algo gusta, ha de tener una razón aunque no comprendamos porqué en ese momento. Y ¿qué más da si la obra de Rodin es muy compleja y sin embargo muchos pudieran reproducir algo parecido a El beso de Brancusi? El artista ha sido capaz de crear una forma que soy capaz de identificar y que me emite el mensaje de forma directa. Con su trabajo no ha necesitado servirse de una una imagen tan evidente, disfruto de él y conforme más lo observo más cosas me dice.

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