Una
misma acción, una misma expresión gráfica: el beso a través de la
escultura. El tema es bastante recurrente en el mundo del arte, sin
embargo la manera de contarlo siempre resulta ser algo completamente
personal.
Por
una parte tenemos a Rodin, escultor francés contemporáneo de la
corriente impresionista y quien descubrió en Miguel Angel el
atractivo de lo inacabado y el abanico de posibilidades que brindaban
los contrastes entre superficies pulidas y sin pulir en una misma
obra o el abandono total de las formas pulidas. Este hallazgo lo
asumió y explotó sin vacilar, pues aunque manejaba el barro con
increíble facilidad, hasta el punto de poder ser considerado como el
gran modelador de la historia de la escultura, apenas trabajó la
piedra, delegando la labor de talla en sus ayudantes. Uno de ellos
resultó ser (por el tiempo de un año) Constantin Brancusi, quien
prefería crear sus esculturas con sus propias manos, estableciendo
una conexión íntima con los materiales, en la mayoría de los casos
a través de la talla directa.
Pudiera
ser como respuesta al beso del maestro, la escultura que elaborará
Brancusi tratando el mismo contenido. De su obra se ha dicho “El
beso
es un ejemplo de talla directa y del profundo conocimiento que tenía
el artista de las propiedades de los materiales con los que
trabajaba”.
Ninguna de sus versiones se basó en un modelo preparatorio, sino que
respondían a la naturaleza intrínseca del material en el que fueron
talladas. El escultor era capaz de conseguir la unidad tallando
esculturas en bloques macizos y lograr la unidad a partir de
elementos muy dispares.
La
preferencia de una u otra obra tiene es, como no, algo completamente
personal. Las dos son igual de válidas, simplemente a cada uno le
transmitirán sensaciones muy distintas. Desde pequeña guardé en mi
retina la obra de Rodin, no la llegaba a entender del todo, sin
embargo, me parecía muy perfecta y le guardaba gran admiración. No
lo recuerdo, pero probablemente no hubiera visto entonces El beso de
Brancusi, aunque de haberlo contemplado a esa edad, me hubiera
parecido más bien una escultura de niños que cualquiera podría
reproducir con plastilina. Tras estos años de carrera y con el
impulso de la asignatura de monografías, he experimentado el alivio
de dejarme llevar por el arte, disfrutarlo, escuchar qué es lo que
me dice una obra sin limitarme a ejecutar un exhaustivo y frío
análisis. Si algo gusta, ha de tener una razón aunque no
comprendamos porqué en ese momento. Y ¿qué más da si la obra de
Rodin es muy compleja y sin embargo muchos pudieran reproducir algo
parecido a El beso de Brancusi? El artista ha sido capaz de crear una
forma que soy capaz de identificar y que me emite el mensaje de forma
directa. Con su trabajo no ha necesitado servirse de una una imagen
tan evidente, disfruto de él y conforme más lo observo más cosas
me dice.
GRACIAS POR LA INFORMACIÓN BRINDADA,REALMENTE ME AYUDÓ
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