viernes, 6 de abril de 2012

“Una carta de amor al cine clásico”


Así es como entienden algunos críticos este film de Michel Hazanavicius, director francés que decidió aventurarse a volver al cine mudo, al blanco y negro, a esas historias que apenas necesitaban de algún que otro intertítulo para dar a entender un relato sencillo, optimista y de final feliz.
La historia relata la caída del que fuera la mayor estrella del cine mudo de Hollywood a causa de la llegada del cine hablado, en paralelo a la ascensión a la fama de una bailarina que con su encanto cautiva a un público con ganas de, literalmente, “oírle” hablar. Sin embargo, The Artist no se queda en una vuelta al cine clásico: es una imitación, con plena consciencia de que el espectador es una persona del siglo XXI. Consigue, a través de pequeños detalles, que la película pase de ser una clonación de un film de los años 20 a un relato original y totalmente contemporáneo.
Proyectada en 4/3, la película comienza con los créditos en un tipo de letra de entonces, fotografía en blanco y negro y una banda sonora reminiscente de aquellas películas no sólo por el estilo de canciones (algunas de ellas de films preexistentes) sino por la forma en que se han compuesto. Que se deje sonar la canción hasta el final para dar comienzo a la siguiente o que las escenas más cargadas de emoción se enfaticen con subidas de intensidad mucho más evidentes que en acordes de películas actuales son ejemplos de pequeños detalles que llevan al espectador a la época de la película. Sin embargo, vemos que está siempre presente la consciencia del director de que la película es del siglo XXI con el uso de silencios repentinos, gestos en los personajes o detalles totalmente contemporáneos. Hazanavicius entreteje los diferentes detalles para dar a entender que ambos tipos de cine no son incompatibles sino todo lo contrario.
Esa idea nos lleva a su vez a la historia que se relata: el desmarque por parte del protagonista con todo lo que tenga que ver con la innovación del cine hablado y, por otro lado, aquéllos que apostaban por un cambio radical en el mundo del cine. En los años 20, época de esplendor del cine mudo, el cine contaba con una serie de cánones cuya transgresión sólo llevaba al rechazo por parte de la sociedad. Y es que con esta diferenciación Hazanavicius toca un tema presente en todas las manifestaciones del arte y de la vida en general: el miedo al cambio. Ésta bien podría ser la posición del protagonista, quien se niega rotundamente a aceptar que las películas habladas vayan a tener éxito. El resultado de su postura es la ceguera: no es capaz de prever que su carrera se vendrá abajo a causa de su terquedad. Todo acto de innovación supone un riesgo, una transgresión de la norma, de aquello que se había establecido como clásico. La voz en la cinematografía supone una innovación como pudo ser la aparición de la fotografía, las vanguardias, la televisión o Internet. El cine desde aquel momento dejó de ser un conjunto de imágenes, pasó a contar historias complejas y pudo mezclar dos artes que hasta entonces no habían podido fusionarse. El director es plenamente consciente de que la importancia de su película no reside en la reinterpretación de una película muda sino en su idea de que el cine es algo tan atemporal como cualquier otro arte.

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